
A pesar de las imágenes que nos llegaban desde China, en enero, y más grave aún, desde la vecina Italia, en febrero, el CoVid-19 nos ha pillado con el paso cambiado. Momento habrá de hacer balances, cuando vuelva la normalidad, del impacto real de esta situación nueva y cambiante, que hoy, a cierre de esta revista, se resume en dos palabras: desinformación y desconcierto.
“Cuando las barbas de tu vecino…” dice el siempre acertado refranero. Pero nosotros no tenemos remedio: hemos visto cómo países lejanos, China, Corea del Sur, Japón, peleaban contra el CoVid 19 entre memes y bromas, pensando, como suele suceder, que eso el tipo de tragedias suceden en países lejanos. Ni siquiera cuando vimos que la crisis se recrudecía en Italia, aquí al lado, un país hermano y socio, nos dimos cuenta de que debíamos poner las “nuestras a remojar”.
En el momento de ahora mismo, mientras escribo este artículo (al que he decidido darle un toque personal), no resulta fácil tomarle el pulso al sector del estanco. Son días extraordinarios, agitadamente calmos, llenos de horas en las que todo está parado, mientras el panorama cambia por minutos. Ni siquiera sé qué caducidad tendrán estas palabras: no hay forma de preverlo. Es posible que, cuando se publique, esta historia sea ya una historia diferente.
Encuentro, en mis charlas con estanqueros de aquí y de allá, dos constantes: desinformación y, por tanto, desconcierto. El estanco se ha buscado la vida, a pesar de que siempre lo acusan de individualista, como le ha dictado su sentido común, pese al reproche de un sector minoritario (pero extremista) de la población. Se echa de menos un reconocimiento, una palabra de aliento y algo de comprensión, siquiera algo de ánimo sobre todo por parte de quien vigila con tanto celo, en condiciones de normalidad, el funcionamiento del sector.
Futuro incierto
En esta circunstancia tan dura como nueva para todos y, por tanto, tan incierta, cada estanquero está haciendo lo que buenamente puede. No ha habido mucho tiempo para pensar ni en las consecuencias ni en lo que deparará el futuro: ¿cuánto va a durar el estado de alarma? ¿Cuándo podremos decir que hemos aplanado la gráfica de contagios? ¿Cómo va a salir nuestra maltrecha economía de este parón de actividad? Son preguntas que, por desgracia, aún no tienen más respuesta que la espera.
Mientras tanto, el estanco sigue abierto y al pie del cañón. A nadie, salvo a los extremistas antitabaco de siempre (les pagan por serlo), le cabe en la cabeza que un servicio público, sometido a la rígida ley del monopolio estatal, cierre sus puertas en lo que dura esta crisis. De las pocas cosas que se pueden predecir con seguridad es que el desabastecimiento de tabaco traería males mayores, pero eso no va a pasar. Al margen de que los estancos sirven a la población de muchos otros productos y servicios relevantes. Quizá algunos vean en la crisis, rodeados de las vertiginosas cifras diarias de muertes, una buena oportunidad para hacer negocio, pero todas las personas sensatas estamos de acuerdo en que, si no es el mejor momento para exigir responsabilidades, mucho menos parece que lo sea para hacer campaña antitabaco.
Abiertos, sí, pero cada uno a su aire, con lecturas libres de la norma y tirando de recursos propios, improvisados, caseros y sin una eficacia probada en la detención del contagio, para adaptar los establecimientos, atrincherarse tras el mostrador en una primera línea frente al virus, ni tan comprendida por el público ni, desde luego, aplaudida a las ocho.
¿Y el Comisionado para el Mercado de Tabacos? Silencio. No ha dado orden oficial: no sólo los estancos tienen obligación de permanecer abiertos, por ley, sino que, además, deben cumplir el horario de 40 horas y, si no, se arriesgan a una multa de 25.000 euros.
Comienza el caos
El día del confinamiento llegó y, a pesar de China e Italia, nos pilló desprevenidos. Empezó en Madrid, principal foco de CoVid 19 en España, aunque la epidemia ya había dado muestras de su gravedad en Haro (La Rioja), en Vitoria y, después, en Igualada, (Barcelona). Pero fue la presidente de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, quien dio el primer paso: cerrar colegios, institutos y universidades durante, al menos, 15 días. En Madrid, el lunes, 9 de marzo se dio el primer paso hacia el estado de alarma que, después, aprobaría el gobierno, ordenando el confinamiento en casa de los ciudadanos.
Los rumores, con la inestimable ayuda de las redes sociales, desatan un caos inicial: la población asalta los estancos por miedo al cierre. Nada alimenta más un buen quilombo como el exceso de información no fiable y el silencio de la administración. ¿Cerrarán Madrid? ¿Declararán el estado de alarma?
El viernes, 13 de marzo, se desata la locura: colas interminables como nunca se han visto en el estanco, alargadas por la prevención de los ciudadanos que, en espera de su turno, se dan distancia de seguridad entre ellos. La población teme el desabastecimiento. Los TPV de los estancos registran crecimientos superiores al cien por cien: la asistencia de público al estanco se duplica en pocas horas y, en algún caso, se triplica. A algunos estanqueros les ha pillado con la saca recién recibida. Otros no han tenido la misma suerte. La presión se traslada a los proveedores.
Baja la actividad
No hay, en verdad, razón para la alarma. El desabastecimiento no se va a producir, pero una parte esencial de la venta diaria de tabaco sí ha quedado bloqueada. El 95% de las máquinas de tabaco se encuentra en la hostelería, que sí ha cerrado, y el suministro se limita prácticamente al mostrador.
En el eterno debate sobre las máquinas de tabaco, hay quien a esta circunstancia sólo le ve ventajas. Otros, y no sólo los operadores de vending, creen que el cierre de la hostelería y de las tiendas de las gasolineras, la reducción drástica de la oferta, va a fomentar el contrabando. Pero hay más problemas que afectan, sobre todo, a aquellos estanqueros que hayan optado por la gestión delegada: el tabaco sólo puede estar en la máquina quince días y, a partir del día 16, se convierte en contrabando y la guardia civil puede incautarlo. Los operadores de máquinas se han dirigido al Comisionado para pedir una moratoria, pero, a día de hoy, el Comisionado no ha respondido.
Pero las máquinas no son las únicas que se han desenchufado. La crisis del CoVid ha cerrado las fronteras, por lo que aquellos que basan parte de su negocio en las ventas transfronterizas, y sus costes, se están viendo entre la espada y la pared. Hablo con varios estanqueros cercanos a Francia que me dicen que, tras la locura del viernes 13, la venta se ha reducido hasta en un 90%. “Los franceses han desaparecido”, me dicen, “si seguimos en estos niveles de venta mucho tiempo, no nos va a quedar más remedio que realizar un ERTE”. ERTE, una palabra que se ha hecho muy conocida, por desgracia, en los últimos días.
Tampoco la circunstancia es muy halagüeña en zonas turísticas. El CoVid 19 no podía haber llegado en peor fecha para los estancos “turísticos”: la temporada alta estaba a punto de comenzar. En muchas zonas de España, la buena marcha del estanco es directamente proporcional a la afluencia de turistas. Esto, también se ha parado. “Ya teníamos que haber empezado, pero seguimos en temporada baja”, comenta un estanquero balear. “La gente está muy nerviosa” y es para estarlo: en lo que depende del turismo, venta que no se ha hecho, venta que no se recupera.
El estanco rural
Capítulo aparte merecen las zonas rurales, aquellos que están en lo que ahora se ha dado en llamar “La España vaciada”. La falta de información es flagrante. En muchos pequeños pueblos de España, el estanco es la única representación del Estado, la mayoría son expendedurías complementarias instaladas en bares, que tienen que cerrar, y otros establecimientos que tampoco tienen permiso.
Santos, propietario de un bar en un pueblo de Castilla, es el titular de una de estas complementarias. “Nadie me ha informado de nada”, asegura, “no doy servicio en el bar, pero el local es el mismo”. Su estanco es el bar de la plaza del pueblo, donde, me comenta, la Guardia Civil permanece vigilando el confinamiento de la población. “No es por el negocio”, dice Santos. “El estanco no representa ni una séptima parte de mi facturación. Y menos en estos días. Abro porque no me queda más remedio. He hablado con los guardias y me han dicho que no hay problema, pero, como siempre pasa, la administración se olvida de que los pueblos pequeños también existimos”.
Ya que le he llamado, aprovecha para pedirme que le mande yo alguna información sobre qué es lo que puede hacer, aunque “por sensatez, abro tres o cuatro horas al día, porque no creo que sea bueno que la gente se esté yendo a pueblo de al lado a comprar tabaco”.
Proveedores
Mientras dure esta crisis, el día a día hay que administrarlo con más atención. Las rutinas son distintas, las precauciones y los ritmos de atención al público son totalmente nuevas. La información por parte de la administración brilla por su ausencia. Los proveedores, sin embargo, sí han reaccionado.
Los pequeños distribuidores, comunican rápidamente al estanco que suspenden las visitas de los promotores, pero garantizan la provisión de existencias a través de sus páginas web y televendedores. La distribuidora más grande, Logista, ve cómo aquellos a los que el pánico ha pillado sin suficiente tabaco se agolpan en las tiendas Cash & Carry el mismo 13 de marzo, el día del pánico.
“Logista”, dice Ramón Pérez Camacho, presidente de Amett (Asociación Madrileña de Expendedores de Tabaco y Timbre), “se ha portado muy bien. Hizo una lectura de la situación acertada y supo ser flexible, dejando abiertas las tiendas incluso hasta bien entrada la madrugada para que todo el mundo tuviera tabaco. Los que no hemos estado a la altura, una vez más, somos los propios estanqueros: hemos vuelto a pecar de individualistas”.
No le falta razón a Ramón Pérez Camacho, presidente de Amett (por cierto, infectado de CoVid 19 y aislado en su casa). Es posible que uno de los grandes pecados del sector estanquero sea el individualismo, pero una vez más se ha vuelto a comprobar que, cuando vienen tiempos convulsos, cada uno se enfrenta a la crisis como puede. “Nos estamos enfrentando solos al problema”, me dicen en Barcelona. “Sí, hubo un día de locura en el que se vendió mucho, la gente estaba nerviosa, pero ahora ¿qué? Hay que abrir, vale, pero ¿quién nos ayuda a nosotros? Nos dicen, por ejemplo, que no aceptemos dinero en metálico, por prevención, vale, pero no nos reducen la comisiones… El coste de permanecer abiertos sin prácticamente venta, lo asumimos nosotros”.
“Echamos de menos alguna comunicación oficial”, dice un expendedor de Madrid que, además, es parte de la población de alto riesgo en caso de contagio. “Hay mucha incertidumbre, y ante el miedo a que nos pongan una multa, muchos preferimos abrir”.
No hay ninguna seguridad sobre lo que puede suceder y la realidad cambia minuto a minuto. Maribel González, presidente de ECOT (Empresarios y Comerciantes de Tabaco), sin embargo, no le da crédito. “Nosotros hemos recomendado a nuestros socios que mantengan abierto el estanco las horas preceptivas. Sin un papel oficial, firmado por el organismo, la ley no ha cambiado y, ante una denuncia, estamos perdidos”.
La multa, una vez más, sobrevuela el estanco, pero no es el único problema. Además de adaptar los establecimientos cada uno como ha podido, están los empleados, cuya seguridad en el trabajo, además de ser obligación del estanquero (y bien que así sea), está regulada por la ley de prevención de riesgos labores.
Cada uno a su manera
Falta de información, falta de apoyo, falta de comprensión de algunos sectores interesados y, además, falta de medios. Cada estanquero ha organizado su trabajo a su manera. ¿Qué medidas se deben adoptar? ¿Cuánta gente debo aceptar dentro del estanco al mismo tiempo? ¿Hay que usar guantes? ¿Acepto dinero en metálico?
El estanco se está enfrentando a la crisis sin mucha ayuda, sin perspectivas ciertas de qué es lo que deparará el futuro y, encima, con la incomprensión de un sector extremista de la población. Los que llevamos muchos años trabajando a su lado les hemos acusado siempre de individualistas, pero lo cierto es que, después, cuando vienen circunstancias duras, como las presentes, la administración que con tanta rigidez les aplica la ley, brilla por su ausencia, abandonados para enfrentar el problema cada uno a su manera.
A cierre de esta revista, como he dicho al principio, este es el pulso que respira el sector. No sabemos cuánto más va a durar esta situación, ni podemos siquiera vislumbrar cuáles serán sus consecuencias personales y económicas. Sólo podemos cruzar los dedos, desear que acabe cuanto antes y que regrese la normalidad a ver si, para entonces, al menos, todos hemos aprendido una lección.
Mientras tanto, apoyo incondicional al estanco que, ante el silencio de la administración, sigue abierto y en primera línea de contagio, porque debe, porque es servicio público, porque está obligado por ley y porque #estancontigo.
Viernes 13
No, no es el título de la mítica película de terror de los años 80 del siglo pasado. Es la fecha en que se anunció a la sociedad española que se tenía que confinar en su domicilio para intentar paliar el número de contagios por el coronavirus Covid-19. Pero lo que ocurrió a continuación del anuncio por parte del Gobierno sí podía ser digno de una película de terror, con multitud de ciudadanos haciendo colas interminables en algunos establecimientos, entre ellos, los estancos.
Porque en un principio sólo se anunció la apertura de supermercados y farmacias para que todos pudieran abastecerse de productos alimenticios y de primera necesidad en los primeros y de medicinas en los segundos. Por tanto, gasolineras, bancos, quioscos, tiendas, restaurantes, bares… o estancos, como decimos, iban a permanecer cerrados al menos 15 días al establecerse el Estado de Alarma y, lo peor, que podía extenderse dicho confinamiento 15 días más si así lo aprobaba el Congreso de los Diputados.
Por tanto, parecía humano, absolutamente humano, esta vez sí, agolparse ante esos establecimientos obligados a echar el cierre para abastecernos de lo posible hasta una próxima vez que nadie sabía cuándo iba a llegar.
Así sucedió en el estanco, que vio cómo a sus puertas se formaban largas colas que lejos de otras imágenes que hemos podido ver (como las de los supermercados), eran colas civilizadas, con separación entre pacientes clientes y con acceso limitado al interior.
Porque una vez en el interior, los titulares y empleados del estanco atendían, eso sí, con unas primeras precauciones mínimas para garantizar su seguridad, pero con la mirada sin saber en si al día siguiente iban a poder abrir el negocio o siquiera si querían abrirlo dadas las circunstancias y los riesgos a los que se expondrían. Alguna información tenían sobre lo que debían hacer y cómo debían hacerlo, nos consta; pero seguro que no sabían que el Gobierno les iba a incluir entre los establecimientos que iban a permanecer abiertos durante esta crisis del coronavirus, prestando un servicio impagable y en unas condiciones en las que, insistimos, están poniendo en riesgo su propia salud y la de los suyos.
Una vez aclarada su apertura por parte de las autoridades, la normalidad volvió a instalarse ante las fachadas de los estancos, que esta vez sí tuvieron un breve periodo para reaccionar y pensar en cómo debían actuar, disponerlo todo para el día siguiente y, en la medida de lo posible, hacerse con los mínimos medios (siempre escasos e inapropiados) que les dieran cierto sosiego a la hora de atender a la población.
Los que fumamos, pero también los que se surten de otros artículos de venta en la Red de Expendedurías (prensa, abono transporte, tarjetas telefónicas, loterías, paquetería, envío de dinero…), nunca les estaremos lo suficientemente agradecidos por su valentía.